Para mí, Evita fue un mito que colgaba en foto dentro del placard de mi abuela Blanca. Con el tiempo, la historia estudiada y la vida militante, fui resignificando su lugar. Pero mito siguió siendo.
Porque pertenezco a los sobrevivientes, esos que éramos muy pavos al tiempo del Proceso y que ni la pena valíamos para chuparnos. Generación que, o se convirtió en miedosa por haber crecido entre las amenazas de la dictadura o decidió sumarse a las utopías resucitadas en los ’80.
Casi, casi, fuimos lo mismo. Los que decidieron quedarse en la ventana mirando pasar la historia de la recuperación de la democracia y los que nos sentimos defraudados por una fragilidad gobernante en los comienzos, mutada a entreguista en los ’90. Todos, los observadores y los protagonistas defraudados, fuimos las nuevas víctimas del sistema.
Humillados por propios y ajenos, los peronistas sentimos que venían tiempos difíciles allá por el ’99. ¡Qué buena intuición tenemos algunos! Aún no podemos medir la dimensión de aquella catástrofe en toda su magnitud. El 2001 nos encontró mucho peor que “dominados”, nos encontró rendidos, deprimidos no solo económicamente. La crisis más importante de nuestra historia constitucional y sin palenque donde rascarnos.
Igual nos rascamos, y seguimos buscando roncha para seguir rascando. Porque cuando pica, la política prendió, como la vacuna.
Así a tropezones y porrazos llegamos al 2003. ¡Recuerdo qué pocos que éramos los que todavía soñábamos! Algunos de nosotros no tenemos cura y seguimos apostando al 37, a sabiendas que ese número no está en el paño, pero somos cabezas duras, románticos, incorregibles, peronistas …
Lo demás ya lo dije muchas veces. Lo defendí cada vez que pude y lo sentí en cada minuto militante.
No tengo el consuelo de los creyentes ni la indiferencia de los tontos para poder levantarme de este dolor inmenso que nos deja la muerte de Néstor.
El compañero volvió a poner en escena a la juventud, pero no sólo en la escena de la militancia, que ya es mucho, los trajo a la vida, a la construcción de un futuro, a la formación política, al interés por aprender porque empezaba a haber destino posible para ellos.
Habíamos perdido la capacidad para enamorarnos y eso es grave. Porque en la política como en la vida misma, el amor es la llama de todas las esperanzas. Recuperamos los sueños, Néstor nos dijo desde ese primer día que nos invitaba a soñar con una Argentina diferente y en ese momento, los que esperábamos hacía tanto recuperar nuestros sueños caídos en harapos por el neoliberalismo, sentimos que algo bueno nos estaba pasando.
Y fuimos entre todos y todas recuperando los sueños y volviéndonos a enamorar.
Durante los cuatro años del Gobierno de Néstor tuvimos sorpresas con las que en la segunda década infame, ni dormidos nos permitíamos imaginar. Derechos Humanos fue la frutilla de la torta. El cuadro del asesino, bajado en la Casa Militar; la derogación de la Ley de Obediencia Debida para poder juzgar a los genocidas. Otra vez del lado de los buenos, de las Madres, de las Abuelas, de los Hijos. Recuerdo el acto en la ESMA aquel aniversario del 24 de marzo del 2004. En el tren íbamos los que estábamos anchísimos de emoción y por si fuera poco, acompañados por nuestros hijos. Cada vez que lo recuerdo vuelvo a llorar.
No sé qué vamos a hacer ahora en ausencia del compañero Néstor, sé lo que no vamos a hacer.
No vamos dejar nuestros sueños en su solapada muerte así como él no abandonó sus convicciones al asumir como Presidente.
No vamos a permitir mezquindades que nos pretendan desviar el rumbo.
No vamos a abandonar las conquistas ni por presiones ni por flaquezas.
No vamos a soltar la mano de quienes sólo tienen este proyecto para agarrarse.
No vamos a negociar la sangre de nadie con nadie.
No vamos a ceder con quienes nos arrodillaron por décadas.
No vamos a aceptar condicionamientos, ni amenazas.
Aunque hoy nuestra pena nos paraliza por ratos, no vamos a permitir que nos roben la alegría, nunca más.
Patricia Fortino
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